El único camino de salida para la Argentina es generar trabajo, aumentar exportaciones, vitalizar el consumo. El logro gubernamental no puede ser la celebración de que cada mes se brinde asistencia a más argentinos. El anuncio de un bono por semana para un sector de la sociedad es síntoma del fracaso absoluto. Gestión exitosa será aquella que anuncie que menos argentinos requieren ayuda estatal debido a que han conseguido empleo y que sus salarios les permiten llevar una vida digna. De otro modo, es una solidaridad mal entendida, es consolidar la dependencia. Incluso el propio papa Francisco advierte en su última encíclica que el camino es el trabajo y no la asistencia.
Hay un camino largo de transformaciones y sacrificios que debe encarar la Argentina para retomar la senda del progreso, y el mayor esfuerzo lo deben hacer los tres poderes de la Nación. Con la inteligencia y la valentía necesarias para comenzar con las reformas del Estado necesarias (en los tres niveles, nación, provincia y municipios) para optimizar el gasto y que la gestión brinde resultados concretos a los ciudadanos, que son nuestros mandantes, a quienes servimos.
El primer paso es dar cumplimiento a la Constitución nacional respecto de hacer efectivas las autonomías municipales para luego avanzar tanto en la regionalización de provincias y municipios como en su descentralización. En la provincia de Buenos Aires urge también avanzar en una reestructuración administrativa que se adapte a la realidad de los bonaerenses.
A nivel político, es hora de modificar el calendario electoral para no vivir en permanente campaña y terminar con las listas sábana, a fin de que cada ciudadano conozca quién es su representante.
Otro cambio esencial es invertir la pirámide tributaria yendo a una coparticipación inversa y evitando superposición de imposiciones.
La Argentina fue un faro en el continente, ejemplo de integración y progreso en la región con mayor desigualdad del planeta. Un país que supo ser tierra de oportunidades, en el que a base de esfuerzo y trabajo se lograban éxito material y desarrollo cultural y educativo. Fuimos el país de la movilidad social ascendente, de la incorporación permanente de ciudadanos a una clase media pujante y del orgullo de “mi hijo el dotor”. Fuimos el país de la educación de gestión estatal de excelencia y de la atención en salud pública de vanguardia.
Hoy, algo inédito, se estigmatiza a ese sector de la sociedad y sus anhelos. Se lo denuesta desde sectores del poder diciéndole que su esfuerzo no es valioso, se tilda al sector de “egoísta”, y con el dedo levantado se le dice que solo el “Estado te salva”. Algunos van todavía más lejos y no tienen reparo en referirse a ellos como “clase mierda”. Un sector que, si bien medido en ingresos se achica año a año, sigue siendo la referencia de una mayoría abrumadora: el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la UBA registró el año pasado que el 85% de los argentinos se consideran de clase media.
En este país de crisis permanente, de servicios públicos deficientes, el Estado se hace presente para trastocar todo aquello que podría funcionar sin su intervención, así como ausente donde debiera, y enceguecido por recaudar ahoga cada iniciativa que podría ser el pan para mañana porque hoy hay hambre nomás.
Y de este fracaso permanente se busca un culpable: la clase media. Sector que a su vez es el que sostiene la inoperancia de los gobiernos por medio de impuestos cada vez más asfixiantes. La pobreza crece con ritmo y sin pausa en un largo ciclo de movilidad social descendente en que los padres ya tienen la certeza de que sus hijos tendrán un peor pasar que ellos.
El crecimiento de la pobreza lleva a una necesidad mayor de fondos para una ayuda social urgente y entonces el Gobierno vuelve emitir dinero generando mayor inflación (que impacta de manera más contundente en los sectores de menores ingresos) y vuelve a subir impuestos atacando al sector que produce, el cual es cada vez más pequeño. El ciclo se repite y, como la maldición de Sísifo, el argentino trabajador debe llevar la piedra hasta la cima una y otra vez en un esfuerzo que nunca termina.
Este año nos encuentra con una novedad instalada. En 2001, a pesar de la tremenda crisis que atravesaba el país, no existía odio social. ¿Acaso desconocen que la clase media es la que genera empleo, paga impuestos y se capacita para no depender nunca de la ayuda estatal? ¿Ignoran acaso en su gesta revolucionaria verbal (y solo verbal) que han sido los sectores medios quienes llevaron adelante todas las revoluciones que cambiaron la historia? ¿Qué emprendedor en el mundo se atreve a generar como los nuestros fuentes de trabajo en un país que siempre padece de inseguridad jurídica y falta de horizonte de desarrollo? ¿Vamos a admitir que solo queden las estructuras estatales como encubridores del desempleo o brindando meros planes asistenciales?
Hoy, la pirámide socioeconómica da cuenta de que se está modificando fruto de los sucesivos desaciertos económicos que esta pandemia profundizó. Vemos cómo una generación distinta de argentinos está alumbrando jóvenes que rompen el diálogo con sus padres, que ya no aspiran a formar parte de la clase media porque crecieron en los márgenes de un sistema social que ve mutar su escala de valores, en los que la cultura del trabajo y del esfuerzo va perdiendo relevancia. Jóvenes sin destino pululan en las calles, sin estudio ni trabajo, con niveles de adicciones en franco aumento.
La prioridad debe ser la unión de todos aquellos que estamos convencidos de que hay que defender las libertades, que no queremos un país fragmentado con rehenes de planes asistenciales, con chicos que van a escuelas públicas con educación de baja calidad y militantes políticos que enseñan odio hacia quienes piensan distinto.
La sociedad pide diálogo y madurez, que se dejen de lado personalismos para que a través del trabajo conjunto de las fuerzas del campo democrático se alcancen consensos capaces de diagramar respuestas a los problemas acuciantes de los argentinos. El fracaso argentino en crear oportunidades de desarrollo es un déficit de distintas administraciones de gobierno.
Hay mucho por hacer y es hora de comenzar. Es indispensable el trabajo en pos de la igualdad de oportunidades, base de una sociedad que progresa. No existen secretos, la gente no vive de discursos de batalla. Debemos repudiar cualquier intento de vetusto clasismo. Los gobiernos con alta valoración en sus comunidades son aquellos donde impuestos y tasas vuelven en servicios que mejoran la calidad de vida.
(Gustavo Posse, intendente de San Isidro, para La Nación)
No hay comentarios:
Publicar un comentario