“De chiquito era bravo, travieso, me gustaba Oaky, el personaje de Hijitus. Mi mamá me ataba a la bolsa de dormir porque yo me escapaba como él, como una lombriz. No me salía su nombre y repetía ‘Aky, Aky’. Era todo blanquito con un rulito, como el personaje y me llamaban así”, cuenta Christian Martin mientras hace un alto en su tarea periodística para La Nación+ como corresponsal en Europa. Y enseguida aporta con su gran sentido del humor: “Después crecí y como decían que era un poco sucio jugando al rugby, el apodo terminó derivando en ‘Asco’. En el rugby somos muy de poner sobrenombres fuertes. Había uno en Olivos que le decían Basura, otro en Belgrano que lo llamaban Culo. Un día nos juntamos los tres: Asco, Basura y Culo, una cumbre sin desperdicio”.
Su padre, José Martin, fue comisario de la seccional San Isidro primera, y su madre, Liliana Bula, maestra: “Éramos del barrio. Yo nací en una clínica chiquitita a cincuenta metros de la estación San Isidro y me inicié en el CASI a dos cuadras de ahí. Mi viejo, que fue uno de los judocas más importantes en la historia de River y de Argentina, me dejaba a la mañana en el club y me retiraba a la noche. Yo estaba encantado, comía, practicaba judo como él, rugby, handball, natación, fútbol, pádel, básquet, tenis, squash, hasta que tuve que elegir y seguí con el rugby”.
Christian describe que eran épocas violentas y que además de ir al club, creció en la comisaría escuchando chistes y jugando al truco y a las damas: “Mi papá le aplicaba el ‘artículo cesto’ a los que venían con pavadas. Le tomaba la declaración y después la arrojaba al “cesto” de basura. Vivíamos tiempos peligrosos, yo iba al jardín de infantes con un cabo que me acompañaba”.
Su pasión por el periodismo data de muy niño. Cuenta que a los seis años ya había fundado su propio diario al que bautizó Futuro: “Siempre me gustó comunicar. La historia es que un pibe que era como un rival sacó uno con cinco ejemplares. Yo quería ganarle e hice otro, fui al imprentero y le dije que le hacía de cadete si me lo imprimía. Hice cien copias porque eran tres grados en el cole de 30 alumnos cada uno. Lo bancaba con avisos que le sacaba a los comerciantes donde mi mamá hacía las compras. Les decía que si no me ponían el aviso le decía a mi vieja que no les comprara más. Así lo financiaba. Escribía cosas del barrio y de la escuela. Una vez publiqué que se inundaba el estacionamiento de mi colegio, el Marín, me llamó el director y me dijo: ‘Usted antes de sacar esto tiene que consultarme’. La cuestión es logré que a la semana rellenara el lugar. Reconozco que era un pecoso colorado bravo”, describe entre risas.
De metalero a portero de boliche
Era enorme. En su adolescencia jugaba al rugby en menores de 19. A sus 18 debutó en la primera del CASI. Estudiaba comunicación en la Universidad de El Salvador, trabajaba en el diario zonal Página Norte y era fan del heavy metal.
Martin recuerda que en aquellos años la familia Tiberio, gente amiga del CASI, había abierto un boliche en Puente Saavedra llamado Margarita y le sugirieron que los ayudara en la puerta de la disco: “Fui y me pareció una manera de ganarme un sueldito trabajando a la noche. Una vez vino una persona que no conocía y me dijo: ‘Vos sos un fenómeno, jugás en el CASI, tenés que venir a trabajar a mi boliche, ¿cuánto cobrás acá? Te pago cuatro veces más. Era Poli Armentano, dueño de El Cielo. Él también venía del rugby, de San José. Pasé de estar en un lugar complicado como era Puente Saavedra a Punta Carrasco en la Costanera. Me ponía de portero y me enseñaba. A mí me daba, vergüenza porque me evaluaba. Me enseñó cuando una mujer y un hombre estaban bien vestidos, yo no tenía la menor idea. Recuerdo que le decía: ‘no puedo rebotar a la gente’. Era un tipo bien de la noche y me contaba los códigos: cuando decía ‘Ezequiel’ había que rebotar. Lo tenía como nombre clave porque decía que era mufa”.
Define a Leopoldo Poli Armentano como un tipo de primera: “Cuando lo asesinaron trabajaba para él. El Cielo en su momento era el mejor boliche de Buenos Aires. Hacía unas fiestas tremendas. También le di una mano con la seguridad cuando vinieron al país Naomi Campbell, Ivana Trump, Micky Rourke, los Rolling, Rod Stewart... Con Guillermo Coppola, que era su amigo, todavía tengo relación. Era una disco onda Ibiza o Tailandia y Poli nos disfrazaba con chalecos con elefantes brillantes, todo demasiado divertido”.
EN EL COLEGIO MARIN |
El rugby, el amor, la Argentina
Su pasión por el rugby le brindó la posibilidad de conocer el mundo. Formó parte del seleccionado Buenos Aires y la preselección de los Pumas. En 1994 llegó la oportunidad de jugar en el extranjero: “Nos fuimos de gira con el CASI a Francia y me quedé en un club, después el deporte se hizo profesional. Y ahí firmé contrato. Jugué en los clubes Brive y Tulle, en Francia. Después fui el primer argentino con
contrato en Saracens, un club grande de Londres. Hice la transición del amateurismo al profesionalismo, fue exigente en lo que se refiere a lo físico pero me la banqué durante cinco años. Jugué en un club galés, Pontypridd, ahí me retiré en el 2000 y volví a los medios. Seguí estudiando, logré entrar a la BBC por contactos en el rugby y me terminé de formar. Hacía cursos en la BBC en Gales. Terminé la carrera de Comunicación que había iniciado en la Universidad de El Salvador en Cambridge”, comenta Christian con entusiasmo.
En Inglaterra, país donde reside, conoció a Helene, de nacionalidad francesa, se enamoró y formó una familia: “Ella es maestra, estamos juntos hace veintidós años. No somos religiosos. Nos casamos hace diez por un tema de los testamentos que para eso es mejor estar casados. Tuvimos dos hijos, Victoria de once años y Teddy de dieciséis, que juega al rugby en Harlequins un club grande de Inglaterra. Vivimos muy felices en el campo, en el condado de Hampshire entre Londres y Southampton”.
Christian dice que de la Argentina extraña sus amigos, el barrio, el club, pero lo cierto es que vivió más acá que allá: “Veo a la Argentina muy vulnerable; los políticos en las últimas décadas nos han hecho un pueblo manipulable, con mucho dolor. Perdí a mis padres allá: ambos murieron en manos del tenebroso PAMI, al que no voy a perdonar nunca. Mamá tenía 73 años y la perdí en abril de 2017. Papá 76, se fue cuatro meses más tarde, en agosto. Me gustaría que mi hijo pudiera jugar al rugby en el CASI porque también hay muchas cosas buenas en nuestro país, el sentido de pertenencia, de honestidad, de pasión, de sacrificio, valores que en Inglaterra no están tan metidos en el deporte”, reflexiona.
Hoy además de ser corresponsal de La Nación+ y ESPN, trabaja para UEFA, FIFA y la BBC. “Me va bien, me rompo el lomo, viví situaciones traumáticas en la profesión como la cobertura de la tragedia del jugador de fútbol Emiliano Sala, buscando un amigo muerto, desaparecido, que viajaba de Francia a Gales. También vi morir viejitos en hogares de ancianos, en hospitales (se quiebra). Uno tiene que tratar de que no le gane la emoción. Eso te deja una marca en el corazón que tarda mucho en irse. Para un tipo como yo que soy bastante básico en mi manera de pensar, no tengo problemas con nadie, soy transparente y viví situaciones extremas este año y medio pasado de pandemia que me marcaron. Trato de volver a mi casa y no llevar esos problemas, es un gran desafío. Sé que la gente valora cuando le generan contenido, no tanto a los opinólogos, yo trato de opinar lo menos posible. Me dolió cuando el año pasado fui el primero en hablar de la vacuna contra el COVID 19 y muchos de palabra fácil se reían de mí. Después se demostró quién estaba equivocado”.
De aquel episodio que vivió con Germán Paoloski en la pantalla de ESPN del que tanto se habló, aclara: “Nunca me peleé con Germán. Solo sentí que me estaban haciendo esperar, se venía la noche, bajaba la luz y tenía que mostrar una pared con el Kun Agüero detrás que no tenía iluminación y no se iba a ver nada. Solo fue un malentendido con la producción. Con Germán siempre hemos sido amigos y no pasa nada”.
Fana de River y del Chelsea en Inglaterra, asegura que con el rugby aprendió muchas cosas de la vida: “Me enseñaron a respetarme, a respetar a la gente, al rival, al árbitro, a todos. Lo que sucede es que me apasiona generar contenido de primera mano, y cuando tengo algo novedoso quiero que no se pinche, la pasión me puede. Me importa demasiado el público, si la gente aprecia, valora y entiende lo que transmito desde acá, mi trabajo está cumplido y soy feliz, eso no tiene precio. La credibilidad en el periodismo es un bien importante que se gana a base de trabajo y eso genera una gran responsabilidad. Mi viejo me enseñó a no mentir y eso lo respeto a muerte”.
(Fuente: La Nación)
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