A mí me engañaron. Y cuando digo engañado no digo solo con relaciones casuales. Digo que me engañaron con relaciones amorosas y de larga duración. Sí, y me han traicionado. Hubo hombres que me han dicho que se iban a buscar algo a la casa de sus padres y desaparecían para meterse en la cama de otras. Nunca sospeché, tampoco tuve ese instinto animal que aparece ante la amenaza de perder. Yo perdí, sin celos previos.
En cambio las ex me generan ciertos desequilibrios emocionales difíciles de describir. Ese pasado con recuerdos compartidos y sentimientos que desconozco desatan una reacción perturbadora en mis pensamientos. ¿Cuando la viste te acordaste de cómo era el sexo con ella?, ¿pensaste en sus tetas, en su olor? ¿por qué te pones nervioso cuándo la ves? ¿por qué no me la presentás?
Mi mecanismo de defensa es intentar acercarme, hacerme amiga, ver de cerca sus defectos y juzgarlos con malicia silenciosa; saber cómo piensa y disminuirla con sutileza hasta lograr sacarle toda la información posible de su relación amorosa con mi pareja. Creer que yo soy mejor y con sonrisa falsa esconder la rabia que me transforma en una bestia posesiva y territorial.
El otro día una amiga me dijo que quería hacerle realidad la fantasía sexual de su marido y padre de dos hijos: acostarse con ella y otra mujer. Imaginé la situación y pensé en los celos. En qué sentiría al ver a la persona que amo desear a otra mujer frente a mis ojos. En cómo evitarlos, cómo entregarme sin prejuicios, sin mandatos monogámicos. En definitiva, cómo aceptar que en el fondo no poseemos a nadie. (Camila Bretón - La Nación)
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