Con el tiempo, después de consumir mucha música, se aprende que todas las grandes bandas, las realmente trascendentales, tienen algunas cosas en común: un sonido propio y original, un buen bajista y haber grabado en el estudio londinense Abbey Road.
Fue allí donde el grupo The Beatles vio nacer casi la totalidad de su discografía; donde se tomaron aquella emblemática foto mientras cruzaban la cebra peatonal. En ese recinto fue producido el álbum The Dark Side of the Moon de Pink Floyd. En esa sala de grabaciones, las voces de Michael Jackson, Freddie Mercury y Stevie Wonder quedaron registradas para la posteridad.
Radiohead, U2, Iron Maiden, Red Hot Chili Peppers, nuestros Divididos, Dani Martín y El Canto del Loco, el legendario Gustavo Cerati. Todos ellos grabaron en ese lugar. Y hace algunas semanas, acaban de regresar de esa misma meca, los chicos de grUta, la banda porteña de rock, que ganó un pasaje a este reciento, en la tercera edición del concurso Camino a Abbey Road, organizado por la Ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, para llegar al número 3 de Abbey Road, en St John's Wood, Westminster, la gente de grUta ensayó duro en San Isidro. Se reunían en la casa de la abuela de Iván “Ivo” Gianakis, el baterista de 20 años. El búnker es todo lo que debe tener una sala de ensayo que se precie de tal: desorden y creatividad. Una suerte de eclecticismo artístico entre serigrafías de Picasso y fotografías realistas de Ansel Adams; luces en la pared a lo Stranger Things; un cubrecamas de cebra que hace de alfombra y que bien podría haber pertenecido al Piti Álvarez; y Orfeo, un loro baterista que cuelga del platillo de la legendaria marca Hi Hat de Ivo.
María Luz “Malu” Steward, 21 años, ensaya con el bajo y toca un par de líneas funky a lo Jerry Barnes. Clásica y fundamental, la chica alterna los slaps (técnica para tocar el bajo) en sus cuerdas verdes fluorescentes. Así empieza Paciudad, el éxito que les aseguró la victoria en la final del certamen. El vocalista y guitarrista, Arturo Federico, de 22 años, al más puro estilo de Eric Mandarina, combina los golpes sordos y los arpegios en su guitarra-percusiva. Cuatro compases después de cantar la primera línea de la estrofa, pisa su pedal rojo. Este artefacto le permite hacer un loop, que en lenguaje musical significa hacer repeticiones de vocales de sí mismo, e ir armonizando "con su yo" de seis segundos atrás. “Estoy encerrado en la ciudad, estoy encerrado en la ciudad, Paciuda, Estoy encerrado en la ciudad (…) Paciudad, estoy encerrado en la ciudad, Paciudad (…)”, cantan.
El tema no es otra cosa que una superposición de planos vocales. Experimental por donde se mire, desde lo estilístico hasta lo instrumental, grUta es funk, rock y folclore. Todo al mismo tiempo.
El cronista pide un bis, como en un recital. “Toquemos Chau Fuiste… no, mejor Tango menor”, sugiere Arturo. “¿No deberíamos cambiarle el nombre?”, preguntA Malu. Risas. “Chicos, chicos, ya hemos pasado por esta discusión”, corta por lo sano Ivo. Al final, deciden cantar "Me siento bien". ¡Plin! No había terminado la primera estrofa y ya se había picado la cuerda "re" de la guitarra de Arturo. “Se los dije chicos, este tema es mufa", asegura misterioso Malu. “Siempre que lo tocamos sucede algo. En la semifinal se me desconectó la guitarra dos veces”, se lamenta el vocalista.
Por suerte, sólo hay espectadores inertes. En el piso está Jorge, el mono curioso; Garfield, un terrorífico conejo albino; y un pikachu, que ahora, después de una apuesta, le pertenece a Malu. "Estos peluches fueron los primeros en escuchar los temas originales de la banda. Actuaron como nuestros primeros fans”, bromea Arturo, que escribe las canciones. “Él tiene re claro a dónde quiere llegar con grUta. Cuando nos conocimos, lo primero que me dijo es que quería ganar el concurso de Abbey Road. Y así fue”, confiesa Ivo.
Cada uno es una pieza fundamental. Cada cual aporta algo al sonido orgánico de grUta, a esa caverna natural, subterránea, viscosa que, como dice Arturo, “llena de ecos la ciudad… Paciudad … Paciudad… Paciudad" dice Malu y la sigue Ivo haciéndole una tercera mayor”. Risas generalizadas.
Ellos están conectados: armonizan incluso entre frases. Ivo extiende su brazo. Como si fuera un saludo vulcano, al más puro estilo de Spock, levanta la mano. Retrae el pulgar y el meñique hasta su palma y levanta el índice, el medio y el anular: “psss psss psss”, dice. Los otros responden con la misma seña. Es un código secreto que evoca el logo de la banda.
La palabra grUta no está escrita así con la “U” en mayúscula y con tres puntos encima por casualidad. “Es como una ‘trieresis’ o algo así –hace la seña de los dedos-”, explica Malu. Estos chicos tienen ese aire retro y psicodélico de los años 80 que tanto se extraña en las bandas de Buenos Aires. “Las bandas de ahora utilizan mucho la electrónica, y no digo la electrónica ‘salgo manija del boliche’, sino sintetizadores, el sonido digital. Pero nosotros no lo empleamos mucho. Preferimos un sonido más orgánico, más artesanal, la guitarra percusiva, más líneas de bajo, solos de batería… mostrale Ivo”, ordena Arturo.
En ese momento, Malu apaga las luces. El ambiente parece teñido de una aurora boreal que emerge de la esquina en la que, segundos atrás, estaba Ivo y su batería. Pero no. Es un solo de percusión más que alucinante. Cada vez que hace un repique, las baquetas cambian de color. Clack contra la caja y es verde, prrr en el redoblante y todo es azul, un splash del Hi Hat, verde. Clack, rosa, prrr, verde, prrr, rojo, splash, amarillo. Y así hasta perderse en un 6/8 lleno de figuras musicales complejas y colores, fusionando ritmos que rebotaban en la pared del sótano: tango, folclore, rock, flamenco, jazz. Rock alternativo. Ese es el sonido de la grUta. Ese eco que no se detiene, ecléctico, que se apodera de la ciudad. (Fuente: Clarín)
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