El porteño que conoció la Estatua de la Libertad antes que el Obelisco, que convivió en Nápoles con Maradona sin haber pisado siquiera el Tigre, que andaba en motos de 600 cilindradas y no tenía calzoncillos, y que vivía en Salguero y Alcorta pero le debía al carnicero y al verdulero del barrio, invita a salir a la vereda para mirar cómo se ve su gimnasio desde afuera. Su gimnasio y su casa, porque vive aquí mismo, al fondo. “Lo armé con pura calle. Es todo calle esto. Y lo conocen hasta los perros, eh”, dice.
El mes pasado, el Municipio de San Isidro lo homenajeó por su trayectoria y su compromiso social con la comunidad y otorgó 40 becas para que pibes y pibas sin recursos puedan entrenarse aquí. “Viene gente de La Horqueta y de La Cava, pilotos de TC, el plantel de Tigre durante su pretemporada, Eugenia Tobal y varios actores y actrices que deben prepararse para sus papeles en películas como boxeadores”.
Agrega referencias que tiene de sus alumnos: “aquel es el Director del cementerio de Boulogne; el de allá atrás, el Director del Hospital de San Isidro. Antes venía la mujer del intendente Gustavo Posse y estas pibitas que están entrando son de La Cava y están becadas por la Municipalidad”.
El gimnasio de Jorge “Karateca” Medina (57) queda en Martínez, sobre la Avenida Fleming al 900, y se puede practicar boxeo en forma recreativa exclusivamente, de ocho de la mañana a diez de la noche. Suena más cumbia que la denominada “música para entrenar” y la historia de vida del dueño del gimnasio está contada en las decenas de recortes de diarios que hay en el gimnasio.
Jorge Medina acaba de firmar un acuerdo para llevar su historia a la pantalla grande. Resumiendo, se puede decir que se crió en Parque Patricios, que sus papás lo golpeaban y se fue de su casa a los once. Practicó karate primero, y boxeo después, por su tío. Ganó doce peleas estelares en el Luna Park; peleó en Estados Unidos, Sudáfrica, Portugal. Pero en septiembre de 1985 chocó contra un colectivo y casi pierde la mano derecha. Se alejó del boxeo; dejó de ser campeón y las chicas dejaron de decirle que lo querían. Los amigos, lo mismo. Probó las drogas y se hizo adicto. Cayó preso por robo y pasó ocho meses en la desaparecida cárcel de Caseros. Salió, y volvió a caer. Cuatro años y cuatro meses más, pero en Devoto. Volvió a salir y como no tenía a dónde ir, un narcotraficante del pabellón le hizo llegar las llaves de su casa en Mataderos. Al mes peleó en la Federación de Boxeo y quedó media cuadra de gente afuera. Participó actuando en el video clip “Sin Cadenas”, de Los Pericos, basado en su vida. Ganó algunas peleas más. Después de un triunfo, dejó el dinero que había ganado en una casilla de Ciudad Oculta. Regresó a los dos días y no estaba ni la casilla. Tenía 40 años, era 1998 y volvería a recaer, y a pasar las noches en un famoso cabaret, recibiendo invitaciones de los narcotraficantes a los que había “cuidado” en la cárcel. Un sábado cualquiera lo invitaron a una velada boxística en Beccar, como ex boxeador. Y lo que ocurrió esa noche lo cuenta el que lo vio, que deja por unos minutos la clase en el gimnasio para hablar. “Era un ‘tumbero’ caminando. Me dio esa impresión. Yo había escuchado que lo habían visto hasta hablando con caballos. Me dijo que se quería internar y le pedí que estuviera listo el lunes a las siete, con su bolso”, recuerda Mariano Álvarez, su amigo, que trabaja en el Municipio.
El lunes, “el Karateca”, apareció. Estaba con lo puesto. Cuando le preguntaron por su bolso, respondió que no tenía nada; que andaba en la calle. Así ingresó a la sede San Isidro del programa Andrés. Un policía de Inteligencia se internó para estudiarlo de cerca. A Álvarez también lo siguieron. Y a Gustavo Posse, el intendente, otro policía le recriminó por ayudarlo. Un año y ocho meses después su vida tuvo otro capítulo. El primero del gimnasio que recién hace un año pudo comprar. Jorge dice que cuando le sugirieron enseñar boxeo, y que lo ayudarían pagándole el alquiler por un año, pensó: “estos giles me mandan a laburar en lugar de darme plata…”. Y hoy piensa así: “Si me daban la plata seguro me iba a comprar droga. La cabeza del ex adicto piensa así. Darme un lugar de trabajo y no el dinero fue lo mejor que me pudieron hacer”.
Jorge ganaba dinero a partir de los alumnos que le llegaban. Por las noches, tiraba unas colchonetas en el piso y dormía sobre ellas. Ahorró y se mudó dos veces de gimnasio; llegó a este.
“Es el más lindo que vas a encontrar”, asegura Álvarez. “Es un lugar de reunión. Aquí hablamos, nos cargamos, nos ayudamos, nos escuchamos. Notamos que muchos adictos, a partir de la historia de Jorge, vienen a entrenarse buscando también una contención. Este gimnasio reemplazó al club de barrio que ya no existe. Es un refugio; los que vienen encuentran algo que los une con la gente que se entrena”. Jorge lo ve lindo por lo estético, pero también por otras razones: “Me tiene ocupado, entretenido, y viviendo de lo que me gusta. Y muchísimo mejor de lo que estaría si nunca lo hubiera intentado ni bien salí de la internación”. (Fuente: Diario Clarín)
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