Alrededor de veinte jóvenes se juntan todos los jueves a la tarde en el Centro Integral de Capacitación de San Isidro (Don Bosco 47) con un objetivo: dejar las preocupaciones afuera y hacer música.
No se trata de un género en particular o de aprender un instrumento específico; de hecho, para muchos ese es su primer contacto con el arte. Llegan desde diferentes lugares para compartir las ganas de aprender y las dos horas a puro ritmo en las que se concentran en coordinar sus movimientos para sonar como una comparsa, batucada, candombe, samba o reggae.
El lugar es amplio. La clase arranca pasadas las 18, a medida que los alumnos van llegando. Hacen un pre calentamiento corporal, con palmas y juegos rítmicos, y después aprenden algunas técnicas y tiempos de estilo, siempre de forma ensamblada.
“Hacemos todo tipo de ritmos y de muchas formas diferentes”, cuenta Sebastián Petrosini, que hace más de 15 años es profesor de percusión, y agrega: “Trabajamos con el cuerpo entero: la voz, las manos, los pies, y también con instrumentos como bombos y redoblantes”.
El taller empieza con una ronda en la que Sebastián marca una secuencia que los demás siguen. Caminan para un lado, para el otro, aplauden, gritan, saltan, se golpean las piernas y la panza; y todo suena ordenado. El único que habla es el profesor que sólo interrumpe para anunciar los cambios de ritmo.
Alejandra Mayo llega cuando la clase ya inició, pide permiso, abre la ronda y copia los movimientos. “Hacía rato que quería animarme a la percusión, quise probar y vine porque me queda cerca y es gratis”, dice la maestra de 31 años, que vive en San Isidro. “Además, como trabajo en una escuela, la música me sirve con los chicos”, completa.
Al taller van jóvenes, de hasta 35 años, de diferentes perfiles. Están los que aman la música, los que lo hacen como hobby, los que van para descargar tensiones o simplemente por curiosos.
Celeste Presavento, por ejemplo, es de San Martín y no sabe tocar ningún instrumento. “Me enteré de este lugar en internet, como me queda cerca del trabajo vine a probar. Y ahora me gustaría aprender a tocar la batería”, comenta la joven de 22 años.
Por el contrario, Ignacio Olmos, de Beccar, ya sabía tocar la guitarra cuando empezó el curso el año pasado: “Está bueno. Vine para ver qué onda y me gustó mucho. Desde la primera clase salí encendido. La gente es muy buena onda, el grupo está bueno”.
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