Una docena de niños, de entre 6 y 12 años, están sentados o acostados boca abajo pintando en uno de los salones de la Casa de Cultura de Villa Adelina (avenida de Mayo 964). No están en un taller de plástica, sino en uno de yoga y mandalas que se dicta los viernes de 17 a 18.30 en este centro cultural de la Municipalidad de San Isidro.
El incienso se apodera del ambiente y la profesora pide a sus pequeños aprendices que pinten de acuerdo con el color que visualizaron durante la meditación.
“Seño, no tengo ese color”, dice inquieto uno de los chicos. “Buscamos el color más parecido”, aconseja dulcemente la profesora. “Estuve todo el tiempo en postura de loto y no me dolió nada”, susurra otra niña. “Muy bien, es que ya estás más canchera”, le contesta la maestra mientras guiña el ojo a su discípula.
Floreciendo es el nombre del taller que fusiona yoga, mandalas y cocina y que lleva adelante Mariela Rausch. “Yoga es la suspensión de las revoluciones de la mente. Es estar aquí y ahora, poder disfrutar del presente”, explica la docente, para quien el curso es un espacio de calma. “Hoy los chicos tienen muchas actividades y están muy cargados; todos los ejercicios que hacemos son meditativos y los ayudan a estar más calmos”.
La profesora afirma que la meditación es un estado de atención que comienza observando, primero un objeto, y luego a nosotros mismos. Antes de meditar, escucha atentamente cada comentario de sus alumnos: “Hacemos mucho foco en lo que manifiestan; un día alguien puede venir y decirme que le duele la panza. En base a lo que expresan, meditamos”.
Durante el encuentro, entre la meditación y el yoga, los alumnos colorean mandalas. En sánscrito, mandala significa círculo. “Es un acto terapéutico. Cada uno logra drenar lo que trae y así se siente mejor”, señala Rausch.
La dinámica de cada clase es determinada según la demanda del grupo. Se trata de sentir lo que el chico necesita y brindarle herramientas positivas para que esté mejor”, señaló. En cada jornada se practican ejercicios de respiración. “Respirar mal es la base de un montón de problemas de salud”, indicó Rauch.
El olor del incienso no es casual en la clase. Según un estudio, oler incienso colabora a anular la parte del cerebro que siempre está analizando, criticando y juzgando y que da vueltas como un ventilador. Con el incienso queda más neutralizada y le da paso a la parte intuitiva.
Mientras espera el fin de la clase, Irene Estefanini, mamá de Carolina y Martina, cuenta que desde que sus hijas comenzaron el taller ganaron armonía, paz y tienen más flexibilidad en el cuerpo. A unos metros, la mamá de Abril García, Brenda Salvatti, dice que su hija fue quien decidió ir. “Ninguna actividad física se acoplaba a su personalidad pacífica y tranquila”, asegura. Practicante de yoga, la mamá de Tobías Atach, Maura Cabrera, pensó que la actividad sería ideal para su hijo: “Aprendió a relajarse, a respirar, su flexibilidad mejoró un montón y está feliz con la profe”.
Para más información comunicarse al 4513-7893/7894
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