Queridos Hermanos:
Aproximándonos a la Navidad quiero compartirles algunas reflexiones. El fin de este año nos encuentra a los argentinos viviendo en un clima de enfrentamiento y confrontación muy marcados.
Providencialmente el Papa Benedicto ha elegido como lema para la Jornada Mundial de la Paz que celebraremos el próximo 1 de enero de 2013, "Bienaventurados los que buscan la paz".
La bienaventuranza que leemos en el evangelio nos habla de la paz como un trabajo: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán Hijos de Dios" (Mt 5, 9). Se trata de una realidad a construir, una realidad que no solamente no está dada, sino que siempre necesita atención, que siempre necesita que la alimentemos. Allí es donde interviene nuestra libertad. Pongamos una imagen que tal vez nos puede ayudar: nuestro corazón es como un huerto, al que el viento de las circunstancias trae muchas semillas, buenas y malas. Nosotros elegimos las que cultivamos, las que regamos. A veces regamos con esmero la planta del rencor y el resentimiento se arraiga tanto que luego nos resulta muy difícil de erradicar, de sacar de raíz, porque es como un arbusto muy invasivo, que ahoga todo a su alrededor. En cambio, si con paciencia cultivamos el perdón, sabemos que da trabajo, que los vientos y las lluvias de la historia acechan nuestro cultivo, pero con perseverancia florece y cuando lo hace es capaz de perfumar todo el huerto de nuestro corazón, dándonos una paz muy profunda y alegrando la vida de los demás.
La pregunta es: ¿Qué vamos a cultivar, qué planta vamos a alimentar y regar? El adviento, con la esperanza de Jesús viniendo a nuestro encuentro, es una buena oportunidad para arrancar los yuyos del corazón y remover la tierra en torno a la reconciliación para que vuelva a florecer con una fuerza nueva en nosotros.
Entonces ¿Dónde necesita ser construida la paz? En primer lugar, en el propio corazón; allí es donde comienza el camino y el trabajo por la paz, tratando de establecer la concordia con nosotros mismos, con los demás y con Dios.
El trabajo en favor de la paz continúa con los hermanos. Primero con los más cercanos, buscando con nuestros familiares, amigos, compañeros y vecinos los acuerdos y los puntos de encuentro. Tratar de comprender sus puntos de vista y acompañarlos en sus necesidades es una manera concreta de trabajar por la paz en nuestro entorno.
El círculo más amplio es el de la paz social de los argentinos. Allí el panorama es complejo: estamos divididos, enfrentados, sospechamos unos de otros, creando un clima de desconfianza en el que no logramos ponernos de acuerdo en proyectos comunes. El horizonte se presenta bastante amenazador si no comenzamos a trabajar decididamente por la paz.
Tenemos una terrible experiencia histórica de violencia y enfrentamiento entre nosotros, que viene de muy lejos. Se trata de una vieja herida mal curada que vuelve a abrirse y sangra. Hoy revivimos viejos conflictos que nos han enfrentado, heridas que no han cicatrizado.
Por otra parte han aparecido nuevas formas de violencia que han empezado a cobrarse vidas a través de la inseguridad, que nos afecta a todos, en especial a los más pobres. Nuestros chicos mueren en los barrios sin que sus nombres ni las circunstancias de sus muertes aparezcan en los diarios.
Muchos jóvenes atrapados por la droga viven sin presente y sin futuro. La experiencia de estar junto a ellos nos revela la situación mas compleja y desafiante que debemos enfrentar como argentinos. Se trata de una herida grave, que no puede ser negada por la nostalgia del pasado ni ocultada por la huida a un futuro ilusorio, ya que tiene la fuerza de algo presente y actuante. Es una enfermedad de mal pronóstico, pero ni aún este grave problema que tenemos logra unirnos como pueblo
No obstante, no podemos detenemos excesivamente en las divisiones que nos impiden avanzar. Hoy esta falta de reconciliación es nuestra herida social, y a las heridas hay que aceptarlas, atenderlas y curarlas. Si uno las está tocando todo el tiempo, finalmente se infectan y el mal es más grave. Sin ignorar nuestra herida, tenemos que seguir adelante, mirando bien todos los signos de vida y salud de nuestro cuerpo social: las iniciativas solidarias de los jóvenes, las acciones en bien de los hermanos que mucha gente buena inicia y sostiene, las grandes posibilidades de crecimiento que tenemos como nación. El suelo en el que crece la paz es el de la verdad, la justicia y la reconciliación, que son las condiciones para que sea fuerte.
Sería bueno reflexionar sobre cómo nos tratamos unos a otros; nuestro lenguaje, silencios y descalificaciones impiden que nos escuchemos y vamos perdiendo el ejercicio del diálogo.
"Bienaventurados los que buscan la paz", que es una recompensa en sí misma, pero además “porque seremos llamados Hijos de Dios” (Mt 5,9). Precisamente, Jesús, el Hijo de Dios que nace esta Navidad es “Príncipe de la Paz” (Is 9,5). Que Él nos enseñe a trabajar por la paz, para que podamos reconocernos unos a otros, todos los hombres y mujeres, como hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Que María nos reúna en la familia de hermanos que somos, y que san Isidro, que sabía del trabajo de la tierra, nos enseñe a cultivar la paz en nosotros y entre nosotros.
Con una fraterna bendición y el deseo de una Feliz Navidad,
Monseñor Oscar Ojea
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