Y sí: Jorge Lanata abre la puerta del departamento aristocrático que alquila en el Palacio Estrugamou descalzo, un Benson & Hedges colgando entre los dedos índice y mayor, media sonrisa, anteojos cinéfilos. La imagen que uno podía prever y que a él le gusta dar. En el living, entre relojes de arena, una imponente biblioteca se revela ecléctica: Herodoto, Goethe, Dostoievski conviven con el Dalai Lama; José Pablo Feinmann, con Bernardo Neustadt; Osvaldo Bayer, con Alvaro Vargas Llosa. Más tarde, para enfatizar la humildad de la casa de su infancia, Lanata va a mencionar que no tenía biblioteca. Ahora dice: “Tengo miles de libros y la colección de Página . Quiero donarlos, armar una biblioteca pública en Avellaneda, con el nombre de mis viejos, quedarme con 200, 300 libros, nada más, lo necesario”.
Ofrece algo de tomar. Previsible: enciende el primer cigarrillo de una serie continua. Una tos lo sacude. Aclara (¿aclara?): “No es el faso, es el aire”. Este gigante sereno, ¿será el mismo que forjó su carrera a pura provocación, en el más amplio sentido de esta palabra? Este tipo vital, hiperactivo, ¿el hombre que apenas superados los 50 padece diabetes, problemas respiratorios, insuficiencia renal severa? En principio, lo único que no aparece bajo el ambiguo atractivo de lo dual es su adicción al trabajo. Por estos días, su mente está puesta en su inminente programa en Radio Mitre, y en otro, apenas más lejano, en El Trece.
El ciclo radial, Lanata sin filtro , comenzará el 6 de febrero. El de televisión -que él da por hecho, aunque aclara que aún no firmó contrato- irá a partir de mediados de abril: domingos a la noche. Salvo para alguna liga antitabáquica, su título es más provocativo que el carente de filtro: Periodismo para todos . Clara broma a “Fútbol para todos”. Y más: “La sigla es PPT, nombre de la productora de 6 7 8 . Un título que no es mío, pero que me va perfecto. Vamos a divertirnos mucho”, dice, soltando humo con ojos achinados.
Odiado y admirado, es claro que disfruta de la fricción. Más claro cuando cuenta -y pide que no sea publicado en esta nota- el modo en que abrirá cada emisión de Lanata sin filtro (lunes a viernes de 12.45 a 14.30). Digamos, a modo de pista, que le indigna, y a la vez le divierte, la difundida idea -correcta o incorrecta- de que es un ex progresista devenido... (que cada uno complete lo que le parezca). El sigue, irónico: “Como mi programa va a ir entre el de Chiche Gelblung y el de Ernesto Tenenbaum pensé en llamarlo Lanatemberg . Así pueden acusarme también de antisemita”.
Es una franja horaria inusual para vos. ¿Cómo te preparás?
La idea es que se genere una “tercera mañana”. Un momento en el que todavía pasan cosas, pero en el que se puede parar la pelota, levantar la vista y pensar el pase. En esa frontera entre la mañana y la tarde, creo que se puede hacer un programa ecléctico, que te dé información al palo, te haga cagar de la risa o te pase música. Iremos viendo qué pasa. Va a ir cambiando por su propia dinámica. En 6 o 7 meses voy a saber en qué derivó. Si yo me aburro, la gente se aburre. Tengo que hacer un programa que me entretenga, así va a entretenerse la audiencia.
¿Y qué podés adelantar del programa de televisión?
Que estamos afinando detalles con Adrián Suar. Que Periodismo para todos tendrá humor y algo de show. Abrirá con una mezcla de editorial y monólogo stand up, con público en vivo, cortinado y micrófono de pie. Irá a las 22.30 o 23. El domingo es un día histórico para mí. Cuando empecé con Día D todos decían que le escapara, por Fútbol de Primera . Pero nuestra audiencia sólo bajaba cuando ganaba Boca. Y no mucho. Eran públicos distintos.
Llegado el caso, ¿serías capaz de ir en contra de los intereses de la empresa periodística que te contrata?
Yo no laburo para los intereses de nadie, sino para mí y para la gente. Ya tuve disputas con Clarín . No voy a cambiar nada por el lugar en donde trabaje. Lo que hago se pareció a mí siempre: se parecía Página 12 , se parecía Día D . Lo mismo va a pasar ahora. Trabajaría del mismo modo en The New York Times o en Tiempo Argentino . No trabajaría para Hadad, porque una cosa es la industria y otra la mafia. Me guste o no, soy un tipo de la industria. Estaré más a la izquierda o a la derecha, pero laburé siempre en empresas privadas, salvo a los 14 años, cuando pasé por Radio Nacional. Estoy acostumbrado a que no me regalen nada, a pelear el kiosco. Formo parte de las reglas de juego de los medios en Occidente.
¿Es un buen o mal momento para ejercer el periodismo?
Es un momento en que el gobierno logró instalar el concepto de que todos los periodistas son cagatintas que responden a una empresa. Eso es desconocer cómo funcionan los medios. Nadie tiene el control absoluto de un medio. Gracias a Dios, existen el azar, la estupidez, los criterios propios. Los que suponen que cada detalle está planificado, y que todos los periodistas funcionan como un ejército nazi sometiéndose a la obediencia debida, es porque no conocen los medios por dentro. Claro que hay intereses empresariales y operaciones de prensa. Como también periodistas corruptos. Pero que no son la regla sino la excepción, como en otras profesiones.
Dijiste que el título de tu programa alude a “6 7 8”. ¿Irías a debatir ahí, como Beatriz Sarlo?
No, no iría. Son un papelón: el 80 por ciento de ellos trabajó en Clarín y sufrió amnesia. La mitad de esos chicos laburaron conmigo. Durante el menemismo, Sandra Russo escribía sobre el universo femenino; y Nora Veiras, sobre Educación. Luciano Galende fue productor mío.
¿Pero qué tiene que ver? Suena petulante...
Puede ser petulante. Tengo 50 años y me gané el derecho de pensar así. Ir a discutir con ellos sería hacerles un favor. No tendría sentido ¿Para qué? Se cagan en mí todos los días. Aunque te juro que los vi una sola vez por tele. La que suele mirarlos, haciendo zapping, es Sara (Stewart Brown), mi mujer. Pobre. También contesta tweets. Le dije que no lo hiciera. El Twitter es como la puerta de un baño público. Si alguien escribiera en un baño “Lanata puto”, yo no respondería debajo. No tengo cuenta de Twitter, pero confieso que a veces me meto. Me fijo la cantidad de seguidores que tiene tal tipo: ¿48? ¿215? ¿1.000? Es un boludo hablando adentro de un ascensor. Si yo usara un medio masivo para responderle sería un boludo mayor. Además, en la calle, nueve de cada diez me tratan bien y uno me larga cualquier cosa: el discurso 6 7 8 . Parte de un microclima.
¿Hay, a esta altura, algo de la profesión que te provoque incomodidad intensa o algún tipo de vértigo?
En la tele me acostumbré a la cámara y en radio siento una naturalidad total. Pero soy bastante inseguro. Cuando escribo, pienso si se entenderá. Se lo leo a mi mujer. Laburo mucho por miedo a que las cosas me salgan mal. No tengo la vaca atada. Me da miedo fracasar. Aunque también aprendí que no pasa nada. Y que mucha gente no tiene éxito porque no se anima a fracasar. Mi miedo sigue, aunque no me paraliza. Salvo excepciones. Muchas veces sentí que quería dedicarme a escribir ficción. Tal vez, todo lo que hice y hago sea para evitarlo. La verdad es que tengo una relación animal con el laburo. No soy, en este aspecto, muy reflexivo. Me manejo como si tuviera hambre o sed: voy y hago. Ahora, después de haber trabajado un par de años para medios de afuera, y de seguir haciéndolo, necesito más vínculo con el acá.
Esa relación “animal” con el trabajo, ¿te permite no pensar en la enfermedad, el paso del tiempo, la muerte?
Después de los 50 sabés que pasaste Dolores y que estás, kilómetros más o menos, por llegar a Mar del Plata. En general, después de los 40 sabés que lo que hacés tiene algo definitivo. Yo sé que en un año, un año y medio, voy a tener que ir a un trasplante renal. Y sin embargo, me angustiaba más a los 20. Cuando cumplí 30 hice un monólogo totalmente depresivo en la Rock & Pop. Me imagino que no voy a llegar a los 90, pero no sé cuál será mi límite.
¿Algún éxito te exacerbó el narcisismo? Me imagino que tu vida habrá tenido excesos, que ahora habrás suspendido, mitigado.
Pensá que crecí en Sarandí, mi abuela era analfabeta, en mi casa no había biblioteca. De ahí vengo. Mi idea de la felicidad era venir al centro, ser redactor de Siete Días y alquilar un dos ambientes. A los 18 había alcanzado todos mis sueños. Después, los superé por mucho... Hubo épocas de salidas, de minas, de comprar buenos coches, de patinarme guita, de derrape y boludeo. Hace mucho. Ahora llevo más de diez años trabajando desde casa. Vivo tranquilo, con mi mujer y mis dos hijas: Bárbara, de 22, y Lola, de 7. Me cuido. Estoy recontra a dieta. Hace un mes que no me dializan, aunque tengo que volver. Me acostumbré. No tiene sentido rebelarse contra lo que a uno le pasa. Tiene sentido aceptarlo y pelear. Dar siempre batalla. (fuente: www.clarin.com)
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