Aquel hecho, ocurrido en 1858, motivó una devoción inmensa que provoca que multitudes de personas peregrinen a Lourdes en Francia y a los santuarios esparcidos por todo el globo.
En Beccar, en la iglesia inaugurada en 1933 se erigió un templo (declarado parroquia en 1949) donde todos los años se llevan a cabo distintas actividades pastorales, rezos comunitarios y misas especiales, además de la tradicional procesión por las calles de la zona y la celebración eucarística central con un cierre popular de música y comida.
La procesión -con la imagen de la Virgen llevada en una camioneta de los Bomberos Voluntarios de San Isidro-, en esta ocasión, recorrió la calle Posadas hasta Formosa, para luego retornar al templo por la calle José Ingenieros y por Haedo arribar al lateral del templo donde fue celebrada la eucaristía.
Durante la misa, monseñor Ojea reflexionó en la homilía sobre la Virgen en cuanto a la fiel entrega luego de la sorpresa del anuncio del Ángel. "La confianza de María es absoluta se abandona en Dios y va descubriendo un nuevo modo de oración porque ella lleva en su corazón y en su carne al hijo de Dios, es la oración con el Verbo Encarnado, que late en su seno, que vive de ella, de su sangre."
"La peregrinación de María le ayuda a preparar el Magnificat que será el canto que nos regaló y que define todo lo que en ella es canto a Dios. Por eso es importante poner en manos de María lo que nos preocupa, lo que nos duele, nuestras debilidades, nuestros problemas, para que ella se los entregue a Jesús y las haga oración. Ayúdanos María, madre de Lourdes, a avivar el fuego del espíritu para poder acompañar a los hermanos, para estar al lado, para no faltarles, aunque no sepamos qué hacer, para acompañarlos.", concluyó el obispo diocesano.
Posteriormente, y como ocurre, cada año, al concluir la misa los fieles recibieron pequeños frascos con agua bendita con el fin de acompañar la oración personal.
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