Cuevana es la versión 2.0 de los “top manta” callejeros. Tomás Escobar, su creador obligó a los estudios de Hollywood a sentarse a conversar con él, después de que su sitio alcanzara los 15 millones de usuarios por mes. Hoy, la tensión es más extrema: Cuevana puede desaparecer. Para evitarlo, necesita que la industria del cine lo salve. Y el cine necesita a Cuevana para repensar un negocio que se le escapa en manos de la piratería ¿Querrá la industria ayudar a Cuevana? ¿Puede Cuevana salvar al cine? Tomás Escobar dice que sí. Que está reconvirtiendo Cuevana hacia un modelo legal de distribución online de contenidos que va a ser la plataforma de streaming más grande de América latina. Que para eso está cerrando acuerdos con productores y distribuidoras de cine independiente, como el que dice que firmó con el INCAA para que esté en Cuevana, gratis, todo el cine nacional, y que también está conversando con las distribuidoras y los estudios de Hollywood para que lo autoricen a reproducir sus series y películas. Que seguirá ofreciendo contenido gratuito, bancado por un modelo de negocio sostenido por publicidad. Y que si no lo logra, es probable que Cuevana termine hundido, pero que Hollywood terminará hundiéndose con él, por aferrarse al sistema tradicional de distribución.
A fines de noviembre, “tuvimos una conversación informal muy corta con los abogados de Telefe que nos confirmaron que iban a presentar una denuncia”, cuenta Mariano Meyer, su abogado, miembro del estudio Tanoira Cassagne, que se especializa en start ups de empresas de tecnología. Para Meyer, el hecho de que Telefé hablara de una denuncia penal y no una acción civil (que exigiría resarcimiento económico y el cierre del sitio) es un indicio de que lo que buscaba el canal era repercusión mediática. La amenaza provocó la adhesión de los usuarios (#FuerzaCuevana fue Trending Topic en Argentina).
Cuevana sufrió el primer hackeo de su historia, cuando dos encapuchados postearon un video donde aseguraban tener los datos de todos los usuarios del sitio. Además, mostraron la nueva versión de Cuevana que Escobar pensaba lanzar a fin de año. “Tomás se enteró mientras estaba en una quinta sin computadora ni Internet. Lo llamé yo, volvió a su casa, dio de baja la página y la volvió a subir con la nueva versión, aunque no estuviera terminada”, cuenta Meyer, que sospecha de la simultaneidad entre la movida mediática de Telefé y el hackeo de la web.
A dos años de su creación, Cuevana no le sirvió para ganar la plata que supone el imaginario social ni tampoco para conquistar mujeres. No parece estar disfrutando esta etapa de transición. Hijo de un contador y una arquitecta y el mayor de cinco hermanos, es mucho más serio que cualquier chico de su edad, 22 años, y le pesa el lugar en donde lo puso este hobby que se le fue de las manos.
Pero Tomas sabe que a Cuevana el tiempo le juega en contra. El objetivo de Escobar es transformar Cuevana en el canal de visualización del cine independiente (tanto nacional como del resto de los países de América latina), que sufre la desventaja en cantidad de salas y tiempos de exposición frente al mainstream extranjero.
Antes de emprender la carrera por legalizar su plataforma, Tomás tuvo dos ofertas de compra concretas por parte de multimedios de capitales nacionales. Uno, dueño de diarios, radios y canales de televisión, le ofreció 500 mil dólares. El otro, un grupo de medios en manos de un empresario cercano al kirchnerismo, se ofrecía a pagar los royalties para transmitir contenido autorizado por los dueños de sus derechos. A los dos les dijo que no porque ya tenía tomada la decisión de reconvertir su negocio. Mientras tanto, como gesto, Escobar no muestra películas que todavía estén en cartelera.
Cuevana, tiene una masa crítica de usuarios (sus 15 millones de usuarios únicos ven 80 millones de películas y series por mes) y una plataforma tecnológicamente probada. También es cierto que los números del cine no peligran tanto como los mismos estudios y distribuidoras hacen creer. Los ingresos de la industria por la venta de tickets crecen año a año. En 2010, los cines de todo el mundo vendieron entradas por 31.800 millones de dólares, un 8% o más que en 2009. En Estados Unidos y Canadá, los ingresos por venta de entradas de cine crecieron de 9,2 mil millones de dólares en 2006 a 10.600 millones en 2010.Eso no significa que el plan Cuevana triunfe. En el Senado de Estados Unidos existe un proyecto de ley para penar con cinco años de cárcel el streaming online ilegal. El proyecto es una iniciativa demócrata y se ve detrás de ella la mano de los estudios de cine. Esto revela el principal déficit del plan de Escobar: Cuevana sigue siendo ilegal. “Si nos dieran la opción de reconvertirnos de cero a cien en un día, lo haríamos”, dice Escobar. "Pero no puede, y aun lográndolo, Cuevana pagará un costo por la redefinición de su negocio.” Cuevana creció y sigue siendo lo que es gracias a los usuarios. Por eso, quiero un modelo que les sirva a todos, a los usuarios y a la industria”, dice. El business plan de Cuevana es que sean los ingresos por publicidad los que paguen las licencias de las distribuidoras y no los usuarios. Una de las virtudes de Cuevana es su interfaz sencilla, que amplía sus posibilidades de uso a cualquier usuario promedio.
Tomás no quiere convertir Cuevana en una bandera, no presenta un debate ideológico, al punto que no se define como militante de la abolición de los derechos de autor. Dice que sólo quiere que la gente vea cine gratis. Quizás esa falta de espesura sea la salvación de su plataforma, porque es lo que le permite pensarla como un negocio con beneficios compartidos y no como una expresión antisistema. Pero aun ganando, la industria del cine sufre un dilema: al otro día de que Cuevana comience a cobrar su contenido, bajo el modelo pago, publicitario, o cualquiera que sea el esquema que encuentre, en ese instante, nacerá otro sitio dispuesto a dar gratis lo que Cuevana comience a cobrar. “La piratería se combate con calidad. La gente no paga sólo por el contenido, sino por la usabilidad”. (fuente: Revista Brando)
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