miércoles, 9 de noviembre de 2011

Sólo el amor salvará el mundo

Sus vidas corren por la misma vía. En un viaje que parte de Tigre y termina en Retiro, Lucio Alvarez y Pedro Nutz se ganan la vida en los vagones del Mitre haciendo música. Uno toca la armónica; el otro, el bandoneón. Son los músicos más antiguos del tren. Pudimos saber que se admiran mutuamente, pero jamás habían compartido una charla. Por eso, Zona Norte Visión (ZNV) propuso juntarlos en un bar frente a la estación de San Isidro para conocer sus historias de vida.
Imposible no haber escuchado alguna vez en el tren la frase “¡Sólo el amor salvará el mundo!”. Pero, ¿quién es ese hombre de camisa y corbata que repite ese mensaje una y otra vez? Se llama Pedro Nutz, tiene 69 años y vive en Carupá. Hace una década abandonó la venta de turrones para subirse al ferrocarril y conquistar a los pasajeros con tangos, valses y algunos chistes. Por su parte, el armoniquista Lucio Álvarez, de 73 años, es vecino de Villa Adelina. Y deambula por los vagones hace más de 30 años, siendo así el músico más antiguo a bordo del Mitre.
Cada vagón resulta un nuevo escenario. Es como actuar en varios teatros el mismo día. Salgo de uno y aparezco en otro, con un público diferente, y siempre las mismas ansias, nervios”, cuenta Pedro, mientras aguarda a su colega (“el señor de la armónica”), al que siempre dice saludar, pero no conoce su nombre. Habla de Lucio, quien de niño perdió la vista, pero no la pasión por la música.
-“¿Vos formás parte de alguna orquesta profesional? Porque manejás las dos manos a la perfección cuando tocás el bandoneón”, lanza el amorniquista apenas llega al bar.
-“¡Para nada! Vos también tocás muy bien…¡Hay que meter entusiasmo para sacarle notas a esa flautita!”, retruca Pedro.
Tras su primer contacto viajarán en el tiempo para recordar cómo aterrizaron en el ferrocarril.
Pedro vendía turrones y no le estaba yendo nada bien con las ventas. En un invierno crudo no podía comprarse una garrafa. Así, resignado, una tarde tomó coraje, se subió al tren y empezó a interpretar tangos con su bandoneón. Aquel día volvió a su hogar con la ovación del público en el bolsillo, además de dinero de sobra para comprar la garrafa. Confiado, le dijo a su esposa: “Planchame una camisa que mañana empiezo a tocar en el tren”.
“No gano fortuna, pero me alcanza para vivir, además no tengo vicios en los que gastar, ya que no tomo ni fumo”, comenta el bandoneonista. Y toma la posta Lucio: “Yo trabajé de colchonero en el Hospital Rivadavia. Cuando me jubilé, en 1980, mi cuñado – que era guarda en el tren Mitre – me sugirió que empiece a tocar la armónica allí”. Fanático de River Plate, el músico asegura haber sido un habilidoso murciélago de joven en los picados que jugaba junto a otros compañeros no videntes.
Para ellos hacer música arriba del tren es un intercambio de valores. “Porque no es manga, que sería aquel que sin darte nada te dice ¿Me prestas un peso? Ahí te está mangueando y no te da nada a cambio. Lo que yo hago y todos los músicos que están arriba del ferrocarril es un intercambio de valores. Algunos lo compran otros no, pero la mayoría de la gente opta por comprar el número con una monedita. Es un público maravilloso”, dice Pedro. Para graficar esta coincidencia de ambos, Lucio se remonta a una frase que alguna vez le dijo un pasajero: “Usted explota un arte. No pide”. Y añade: “Nunca fuí a pedir al tren y eso la gente me lo reconoce. Sólo ofrezco lo que aprendo con mi instrumento. Cuándo la armónica ya empieza a desafinar se la regalo a los chicos que piden en el tren y compro otra. Es una vida muy bohemia la mía”.




PEDRO, EL MENSAJERO


¿Por qué repite a cada momento en el tren la frase “Sólo el amor salvará al mundo”?
No es una frase. Es un mensaje. Y nació de un sueño que tuve en el que estaba en el cielo y me perseguía una nave inmensa, redonda y plateada, como la tapa de una olla de aluminio que hacía este ruido: ¡¡shiiiffff!!, algo así como un soplido. De pronto, sale una figura con los brazos abiertos, como crucificado (para mí era el Cristo redentor). Me mira a los ojos, lo miro, y me dice: “Detente, no tengas miedo, llévale este mensaje a la gente: ‘Sólo el amor salvará al mundo’”, luego la figura se esfumó.
¿Podría describir la cara de esa imagen?
Era un rostro sin barba, de mirada penetrante.
¿Cree en Dios?
Yo le digo a la gente que no crea en Dios. Les aconsejo que hagan lo que Jesucristo quiere, que nos amemos los unos a los otros y no nos matemos entre nosotros. Porque Bush cree en Dios, los iraquíes creen en Dios, ¡Bin Laden cree en Dios! Y fijate lo que hacen, Por eso, yo creo que para vencer al odio no hay arma mas poderosa que el amor, Porque con el amor se vence al odio, no con la bomba ni con los tiros, porque las guerras traen más odio.
¿Qué recuerda de su infancia?
Nací en Entre Ríos. Mi mamá me trajo a Buenos Aires a los cuatro años para operarme de un pié. Acá se juntó con un italiano que nos daba palo todos los días, laburador, pero muy tomador. Nos golpeaba, vivíamos muy mal, esa es la verdad. A los 13 años empecé a trabajar de panadero, después me compré un caballo, un carro y vendía pan a domicilio. Con eso mantenía a mi vieja y a mis hermanos.
¿Cuándo empezó a tocar el bandoneón?
De pibe, pero me lo robaron y estuve más de 20 años sin él. Así que, ya de grande, cuando pude volver a comprar el instrumento comencé a estudiar música a fondo. Es un talento que Dios me dio.
¿Cuál es su repertorio?
Variado. Toco algo de Piazzolla, por ejemplo, Verano porteño, Adiós nonino. Después tangos de la guardia vieja como La Comparsita, 9 de Julio, El Flete. Después valses y mucho paso doble. También tengo algunos temas folclóricos que compongo yo.
¿Cómo es la convivencia entre los músicos del tren?
Hay muy buena onda. Nos respetamos mucho. Yo jamás viajé sin boleto, siempre me saqué mi abono (lo muestra), porque soy un pasajero más.
¿Cómo toma su familia que usted toque en el Mitre?
Están contentos porque ven que me hace bien y es lo que a mí me gusta hacer.




LUCIO, EL MÁS ANTIGUO DEL TREN


¿Cuándo empezó a tocar la armónica?
Aprendí a tocar este instrumento a los siete años. Cuando tenía 24 comencé a tocar el acordeón a piano. De chico ya me fascinaban los instrumentos, pero no los podía comprar”.
¿Dónde nació?
En La Rioja, llegué a Buenos Aires a los ocho años. Y entré al colegio de no videntes La Finura, en Palermo, frente al zoológico.
¿Qué estilo de música suele tocar en el tren?
Folclore y Tango.
¿Es feliz con lo que hace?
Sí, siento el aliento y el cariño de los pasajeros y eso me hace muy bien. La verdad es que todavía no siento ganas de quedarme sentado en mi casa porque me aburriría. Lo tomo como un entretenimiento y si viene una monedita bienvenido sea. Yo tengo una jubilación, casa, no tendría por qué hacerlo. Lo hago porque me gusta la música y no con el fin de pedir. ¿Sabías que soy el músico más antiguo del tren? Muchos se murieron, otros se cambiaron de ferrocarril.
Me decía que Usted es parte de la historia de su barrio…
Sí, cuando llegué a Villa Adelina hace 50 años (vive con su hermano Armando Vega, de 60 años, su cuñada y un hijo de ésta) eran todas calles de tierra, como un campo. Siempre digo que se fueron construyendo al compás de mi música. Los vecinos se ayudaban mutuamente a construir las casas y después del trabajo se armaban reuniones, se comía asado y ahí estaba yo con mi acordeón o armónica.
¿Cuándo perdió la vista?
Yo no nací ciego. Lo mío no fue hereditario. A los 12 años me quemé con unas gotas para la vista en el campo, mi finada madre decpia que me dieron las gotas equivocadas.
¿Qué cosas le gustan hacer, además de la música?
Dormir y escuchar radio. Soy fanático de River. Me hubiese gustado conocer el Monumental, pero ya es tarde. Soy muy futbolero, escucho todos los partidos, incluso los del ascenso.

La noche va cayendo en este bar de San Isidro y el reloj de Lucio le avisa que son las 19: “Se está haciendo tarde y mañana me levanto a las cinco”, dice con cierta preocupación. Y piensa en voz alta: “Pensar que ya llevo más de 30 años en el tren. Pero mientras tenga salud voy a seguir, porque me hace feliz”. Luego bromea: “¿Cuándo sale la nota? Che, si mi hermano Armando no está para leermela vas a tener que pasarla en braille”. Los dos músicos vuelven a reír, mientras se abrazan para la foto.
Un gustazo amigo”, se despide el hombre que regala dulces melodías desde su pequeña armónica. Pedro le sigue los pasos: “¡Chau Lucio, hasta mañana! Vamos yendo antes de que se nos vaya el tren”. Los dos se pierden entre la gente que camina hacia la estación, en breve comenzará la última función, porque para estos dos músicos cada vagón es un escenario, un teatro, y ellos los artistas, claro. (fuente: www.zonanortevision.com.ar)

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