Bastará que el chofer de un micro ponga primera para que una niña, de apenas dos años, aturda con su canto a los demás pasajeros durante tres horas seguidas. Su madre ya no sabe qué hacer para callar a la pequeña María Cristina Lancelotti. Treinta años después, aquella niña saltará a la fama como Valeria Lynch, venderá más de 4 millones de discos y se convertirá, según el diario New York Times, en una de las mejores cinco voces del mundo. “En aquel viaje empezaste a cantar”, le recordará su madre.
“Siempre manejé muy bien mi carrera, porque supe cuándo alejarme del medio y elegir el momento para volver con todo. La prueba está en la vigencia que tengo, algo que pocos artistas han logrado en este país”, resalta esta cantante de “sangre tana – cuenta – con alta dosis de grinta” (léase: fuerza, para los italianos). De allí viene la potencia de su voz, explicará. “Algunos dicen que soy gritona cuando canto. Y es cierto, porque saco el alma para afuera”, revela la vecina del barrio Santa Rita.
Simple y auténtica, la cantante, afirma: “Soy una estrella arriba del escenario, pero abajo soy igual a cualquiera. Mantengo la humildad de los comienzos y no me la creo”. De hecho, dice hacer las compras como cualquier ama de casa. Cuenta que va muy seguido al súper de la zona, donde le piden autógrafos, y regresa a su casa para cocinarle a su familia.
“Sé que un artista puede tener un lugar muy importante hoy y mañana estar luchando otra vez por un espacio, sobre todo en este país tan imprevisto e inestable”, opina Valeria, quien en 1984 aterrizó en San Isidro, el lugar donde “respira paz – dice - y está en contacto con la naturaleza”.
Allí, cuando su garganta descansa de los recitales, la cantante adora pintar en acrílico, mirar videos de los cuales saca ideas para sus shows, leer ciencia ficción en su jardín y juntarse a tomar el te con 14 amigas, entre ellas, Patricia Sosa, que vive a tres cuadras de su casa.
La entrevista se realiza en su escuela de comedia musical en Capital (con ésta ya suma siete en todo el país). Y mientras invita a recorrerla, Valeria es tajante: “Acá no se viene a cholulear, eso es lo primero que le digo a mis alumnos. También les inculco que un artista no se hace en tres meses como te muestra la televisión”.
Y añade: “Al principio no sabía cómo iba a transmitir toda mi experiencia a los chicos. Todo se fue dando sobre la marcha y hoy puedo asegurarte que soy buena para esto. Lo primordial es enseñarles a moverse en el mundo del espectáculo y prepararlos para los golpes, porque tienen la idea de la tele, de que un artista se forma en poco tiempo. Y eso no existe; el artista no tiene límites si al formación es buena y constante”.
De pronto, una mujer (María Laura Papa) que camina por la escuela se arrima a saludar. No bien se aleja, la cantante comenta: “A ellos les debo mi éxito aunque –bromea–, como dice Mirtha (Legrand), yo les di mi vida”. Habla de Papa, presidenta y fundadora del club de fans. Lo maneja ad honórem desde una oficina en el instituto de su ídola.
Ya no resulta novedoso que en tiempos donde mucha gente recurre a Internet para consumir música se torna difícil para los artistas vender discos. De hecho, frente a esta situación Valeria tiene opinión formada: “La industria discográfica está acabada. Pero por suerte no dependo de un disco para hacer un show, pero si llegara a grabar uno, lo distribuiría en quioscos de diarios y revistas; ya lo hice en el 2000 y me fue bárbaro”. Sin embargo, nada como la sensación de subirse al escenario. Algo que, asegura, hasta el día de hoy todavía la pone nerviosa.
El 5 de octubre de 1982 Valeria se subía por primera vez a un escenario en el teatro Odeón, ubicado en Esmeralda casi esquina Corrientes. “En 1984 había hecho 360 shows durante el año, ¡una locura! Iba por la calle y en las disquerías sonaba mi tema, me subía a un taxi y estaba mi tema puesto en la radio”, recuerda con alegría.
“Yo soy un artista que siempre está creciendo, no me quedo dormida, porque podría seguir cantando mis clásicos y listo. Pero siempre estoy con nuevos desafíos, no me quedé en la gloria que tuve en el 80. Me gusta darle a la gente lo que quiere, pero me encanta incursionar en nuevos estilos musicales, como el tango, por ejemplo”, comenta y arroja una estadística poco conocida en su carrera: “¿Sabías que soy la mujer que más discos de tango vendió en el país del 80 para acá?. El tanguero, que a veces es cerrado, me abrió su corazón. Y eso es fantástico para un artista que no se dedica específicamente a ese estilo”.
Furor en los 80, una pizca de tango, la cantante dice sorprenderse al ver tantos jóvenes en sus que shows. “Haber participado en un segmento de cámaras ocultas en el programa de Tinelli (“Vale-Valeria”) fue un vuelco importante en mi carrera. Los adolescentes se engancharon mucho, y allí empezaron a conocerme. Es rarísimo lo que me pasa, tengo un público que se renueva constantemente, vienen los antiguos admiradores de siempre más la juventud: en mis recitales hay un 40 % por ciento de jóvenes (rockeros, tangueros, de todo)”, remata esta estrella de barrio que sigue brillando cada día más. (fuente: www.zonanortevision.com.ar).
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